Ciento ochenta grados – Parte X

¿Y así es como me lo pagas, durmiendo con este tío que no me llega ni a la suela del zapato? Lucía, por favor… no seas ilusa. Solo te quiere para follarte. Pero yo no, yo te quería – le dijo sosteniéndole su cara con la palma de las manos.
Pero… – titubeó ella.
No, Lucía. Yo te quería y te quiero. Vuelve conmigo – la interrumpió Leo.

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Ciento ochenta grados – Parte IX

  Mi mundo en relatos

Sus pieles se rozaron tibias, frágiles, sedosas y atenuadas por la luz de una vela que yacía sobre la mesa de noche. Mientras tanto sonaba una canción, la canción de ambos.
(Escúchala aquí).

Prometo no hacerte daño – le susurró él en su oído pero ella lo detuvo colocándole su dedo índice sobre los labios.
Lo sé, Hugo… no me harás daño, tú nunca me haces daño. – Sus palabras parecían revelar sus miedos más profundos: haber necesitado amor y estima fuera de su casa por la situación con mamá y… ese maldito estúpido, es decir, papá.

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Ciento ochenta grados – Parte VIII

Lucía y Hugo

La habitación del hotel rural más cercano era acogedora y bonita. Tanto la cama como el ropero y las mesillas de noche eran de una madera casi centenaria, aunque aparentaban estar en buen estado (dentro de lo que cabía). El baño era lo más básico: inodoro, lavamanos, espejo del tamaño de un reloj de muñeca y bañera estilo ochentero. La lámpara de pie que se encontraba al lado de la puerta daba una luz amarilla a la habitación de lo más… (¿cómo decirlo?… ¿antiromántico ?).

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Ciento ochenta grados – Parte VII

Mientras el tumulto de la gente la desorientaba, su cabeza viajaba superando el exceso de velocidad de una carretera comarcal.

¿“¡Nos las pagarás todas juntas!”?… ¿cómo le pude decir eso? – mencionó en voz alta mientras caminaba, no sin antes asegurarse que estaba sola en el tramo de calle que recorría. Su cara de sorpresa fue dando paso a una sonrisa miedosa, casi pálida. – Joder… como mamá se entere… – se regañó a sí misma, por eso agachó la cabeza y siguió caminando en silencio, pues tampoco quería que la tratasen por loca al ir por la calle hablando sola (aunque todos sepamos que muchos lo hacen, incluso cuando van solos en el coche).

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Ciento ochenta grados – Parte VI

Lucía se había quedado con los pies clavados en el suelo, rodeada de árboles y niños correteando por los alrededores del parque. Tanto el bullicio como la situación la habían superado. Se quitó los auriculares casi movida por la lógica, sin ser dueña de sus movimientos.

Lucía, pensé que no te encontraría jamás – mencionó con la voz agitada de tanto apresurarse para atraparla.

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Ciento ochenta grados – Parte V

A la mañana siguiente…

 

¿Y quién es ese chico, Lucía? – le preguntó a su cliente mientras se encontraba sentado en su silla negra con el respaldo alto, su pierna derecha sobre la izquierda y su bloc de notas apoyado para tomar nota. No obstante, no descuidaba a Lucía, que era observada por encima de sus gafas de pasta negras.

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Ciento ochenta grados – Parte IV

primer beso

  – Lu, sabes que serías incapaz de hacerle daño a una mosca… – justo en ese momento un hombre entró en el cuarto de baño. Parecía ser mayor, quizá de unos treinta, aunque muy bien llevados.

Le acarició la cara y sus penetrantes ojos le desnudaron el alma. Vestía un chandal de lo más elegante (no precisamente de decathlon) y sus zapatillas de deporte eran de una marca muy conocida. Toda su vestimenta combinaba el gris junto al negro casi a la perfección.

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Ciento ochenta grados – Parte III

Lucía entró en el salón cuando una voz de hombre salía de la tele.

La muchacha asegura que su mejor amiga ha desaparecido y que nadie está haciendo nada por encontrarla, es por eso que nos hemos puesto en contacto con la policía para que realicen las tareas de búsqueda y, gracias a esta foto ofrecida por su amiga Paola, podremos encontrar, entre todos, a Lucía Domínguez. Les seguiremos informando. – la voz del reportero sonaba interesada en el asunto.

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Ciento ochenta grados – Parte II

 

llamada de teléfono

¿Si? ¿quién es?… – dice Lucía al descolgar el teléfono.
– ¡Mi amor!
¿Eres tú? Lucía, mi amor, ¿eres tú? ¿eres tú? – brama una voz de hombre completamente desesperada – no me lo puedo creer, no cuelgues por favor… – suplica en apenas un segundo de reloj, con el alma en la boca y la voz repleta de ansiedad.

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Ciento ochenta grados

180º

Con la cabeza pesada como un plomo y sin sentir ninguna parte de su cuerpo, despertó entre una oscuridad infinita. Abrió los ojos, despacio y con miedo por no recordar dónde se encontraba ni qué era lo que había sucedido. Para su sorpresa se encontraba tendida en una especie de camastro y un hombre se hallaba sentado frente a ella, estaba mirándola. Tras sentirse observada notó vergüenza y se apresuró en incorporarse pero, al hacerlo, notó que se humedecía su pecho con lágrimas que empezaron a rodarle por las mejillas.

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