Ciento ochenta grados – Parte V

A la mañana siguiente…

 

¿Y quién es ese chico, Lucía? – le preguntó a su cliente mientras se encontraba sentado en su silla negra con el respaldo alto, su pierna derecha sobre la izquierda y su bloc de notas apoyado para tomar nota. No obstante, no descuidaba a Lucía, que era observada por encima de sus gafas de pasta negras.

Es mi vecino. Vive en el décimo justo encima mía – respondió Lucía recostada sobre el diván. Esta vez también estaba sumida en la hipnosis – pero me da miedo que me guste… no quiero… – dijo angustiada, cerrando los ojos fuertemente y haciendo lo mismo con sus manos, apoyadas sobre su regazo.

Con él pareces relajada, haz lo mismo ahora y sigue contándome, ¿qué te gusta de él? – continuó preguntando su psiquiatra, sin olvidarse de relajarla primero con su voz, ya que solo de esta manera podría proseguir.

Me gusta que me trata con cariño, me acaricia y mis miedos parecen desaparecer, mi espalda se vuelve una nube entre sus dedos. Y me gusta, lo sé… pero mamá dice que todos son iguales, incluso el bastardo de mi padre… papá, no lo hagas, déjala… – parecía angustiada y las lágrimas empezaron a rodarle por sus mejillas, empezó a agitar su pecho al ritmo de sus respiraciones.

Cuando cuente tres te habrás relajado y pensarás en el momento que viviste ayer con Hugo, Lucía – dijo en un acto de relajarla rápidamente – Tres… dos… uno… cero – su voz era calmada y apaciguada, para transmitirle toda la tranquilidad que necesitaba. – ¿Cómo es Hugo?

A Lucía dejaron de llorarle sus preciosos ojos marrones y se sumergió en la historia.

Su calor me ayuda a soportar mi debilidad, mi vulnerabilidad… soy débil – halegó ella con la voz lastimada.

Eres fuerte, incluso más de lo que piensas… Tú lo sabes y yo también lo sé… Eres joven y tienes mucho potencial, tu fuerza interior te prevalece… Gracias a las pastillas ya no has tenido más pensamientos de quitarte la vida… eres fuerte y lo has superado… Eres muy fuerte. – Dijo Adolfo con soltura, pero con una voz relajada y sosegada. Se detuvo y le repitió una vez más – eres fuerte, Lucía.

Ella parecía cada vez más relajada, se estaba creyendo lo que le estaba diciendo y su cuerpo se había relajado por completo. Sus manos ya no estaban tensas y su cuerpo parecía una pluma sobre el diván negro.

Contaré de diez hasta el cero y despertarás, olvidando todo lo que ha pasado hoy y lo que hemos hablado hoy aquí. Diez… nueve… ocho… siete… relaja tu cuerpo, Lucía… seis… cinco… cuatro… prepárate para abrir los ojos… tres… dos… uno… cero.

¿Qué tal? – preguntó Lucía al abrir los ojos.

Lo haces muy bien, estoy orgulloso de ti. Cada día eres capaz de superarte más. Eres muy fuerte, no lo olvides – le dijo muy convencido, quitándose las gafas y sonriéndole en un gesto de aprobación.

Ella se sonrojó y la timidez la invadió por completo. Se sentó en el diván y pasó sus piernas hacia el lado de la puerta, lista para levantarse y marcharse, cuando Adolfo la retuvo un instante:

¡Lucía! una última anotación – formuló levantando la voz para llamar su atención – no vivas con miedo, eres mas fuerte de lo que imaginas, cielo. 

Aguardando en el descansillo ella le sonrió y le despidió con una caída de ojos al más puro estilo Lu. Entonces dio un giro de ciento ochenta grados y salió del portal. Sacó los auriculares de su bolsillo derecho y su móvil del izquierdo, los conectó y, al levantar la vista, vio a alguien apoyado sobre un coche aparcado justo delante del portal, pero decidió no fijarse y continuó su camino dándole al PLAY de la lista de reproducción.

     Perseguir

Continuó su paso a una velocidad más rápida, pues no le gustaba caminar por la calle ya que todo el mundo se fijaría en ella, pero sus pensamientos se detuvieron en seco cuando alguien atrapó su brazo desde atrás. Se giró y su corazón le dio un vuelco, sus ojos se abrieron veinte palmos y su rostro se quedó tan blanco como la leche…

Por fin te encuentro, Lu. 

 

Continuará…

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