
¿A quién no le gusta que le miren
como se mira a una pizza recién hecha?

¿A quién no le gusta que le miren
como se mira a una pizza recién hecha?
¿Y cómo te explico que te has convertido en lo más bonito de mi mundo si no ha parado de cambiar desde que apareciste?


Es un sábado de invierno. Amanece pero bajo la manta aún es de noche. El calor me obliga a sacar las piernas para compensar la temperatura. Tú me besas. Estoy perdida.

«Y admito que todas esas salidas a comer, al cine, de paseo, fueron solo excusas mías… Yo solo quería mirarte a los ojos».
Una vez llegada la noche, Diego fue a la habitación de su hermana y se metió en la misma cama que ella, acurrucándose muy fuerte contra Laura.
– Diego, ¿qué haces?, ¿qué pasa? — preguntó ansiosa
– Laura… — murmuró el pequeño — ¿qué va a pasar mañana?
– ¿Por qué me preguntas eso?
– Es que Sebastián y Óscar me han dicho que seguramente te irás mañana y yo me quedaré aquí solo
– Diego, eso es mentira. No les creas — le respondió a su hermano mientras le acariciaba la cabeza y lo abrazaba
– Laura, dime que no te irás sin mí
– Diego, confía en mí. Siempre vamos a estar juntos
– ¿Como dijo mamá? — preguntó él
– Sí… como dijo mamá — respondió su hermana mientras le abrazaba aún más fuerte
Laura se había convertido en una joven fuerte, a pesar de sus grandes carencias afectivas que intentaba satisfacer con el cariño y devoción de su hermano. Pero era imposible suplir el amor de unos padres con un renacuajo de 6 años. Bruno sí que había logrado ayudarla de una manera más profunda, era un apoyo importante para ella, la aconsejaba y la ayudaba en todo lo que podía. Cualquiera que los veía decía que parecían uña y carne, porque había algo que les unía de una manera especial.
Al día siguiente Laura ayudó a Diego a vestirse, a pesar de ser un niño muy independiente y autónomo, a veces necesitaba el toque de su hermana mayor. Se pusieron la ropa más bonita que tenían y salieron al comedor con el resto de niños, igualmente vestidos como si fuesen a ir a una comunión. Allí les esperaban también Verónica, Alicia y Bruno, que les estuvieron diciendo cómo debían comportarse sin dejar de parecer naturales.
Una vez abrieron la puerta, se les dio la bienvenida a todas las personas que entraban, los más pequeños no se lo pensaron dos veces y echaron a correr al jardín en el que comenzaron a jugar al escondite. Los mayores se quedaron dentro merendando y hablando entre ellos.
– ¿Tú crees que estoy guapa, Laura? — le preguntó Carla estirando la falda de su vestido
– Claro, ese vestido es muy bonito. Seguro que hoy tienes suerte — respondió intentando fingir una sonrisa amable
– No te preocupes, Lau, seguro que os llevan a los dos juntos — enunció Carla en tono tranquilizador al notar a su amiga muy tensa
– Sí, eso espero… — declaró.
Un rato más tarde, Laura ya había conseguido relajarse gracias a la ayuda de su buena amiga Carla cuando, de repente, una mujer se les acercó.
– Hola. Tú eres Laura, ¿verdad? — preguntó sonriente
– Sí… — respondió
– Laura, mi nombre es Gloria, encantada. ¿Podemos hablar un momento a solas?
– Claro… — dijo nerviosa
La señora se dirigió al pasillo contiguo a la sala en la que estaban y Laura la siguió.
– He estado observándote y Bruno me ha dicho que ese niño es tu hermano — dijo señalando a Diego, que jugaba fuera de la casa.
– Sí. Se llama Diego, tiene seis años.
– ¿Y desde cuándo estáis aquí?
– Hace algo más de dos años — respondió con la voz temblorosa
– No quiero que estés nerviosa, solo quería conocerte y conocer la situación de los dos — dijo intentando calmarla — porque me gustaría adoptar a Diego.
En ese momento, el corazón de la joven Laura se detuvo. No podía creer que sus peores presagios se fuesen a cumplir. No podía separarse de su hermano. No podía incumplir la promesa que le hizo a su madre. ¿Sería verdad que ya jamás nadie la querría adoptar a ella por ser tan mayor? ¿Qué sería de Diego sin su hermana mayor, la única familia que le quedaba?
Todo el mundo se merece que alguien le mire
como si fuese lo mejor que le ha pasado en la vida.
¡Buenas de nuevo!
Espero que ya tengas ganas de leer un nuevo post una semana más, sobretodo este que viene completito: una historia con una buena reflexión y canción para amenizar. ¡A disfrutar!
Muchas veces en la vida, sobre todo en momentos de debilidad, nos solemos preguntar: «¿cuál es mi valor?«, «¿cuánto valgo realmente?» o «¿me merezco esto?». La respuesta es sencilla, se halla dentro de nosotros mismos y ninguna persona tiene el mismo valor que los demás.
De hecho, solo nosotros mismos encontraremos la respuesta.
¡Te dejo con la historia, espero que la disfrutes!
Con la cabeza pesada como un plomo y sin sentir ninguna parte de su cuerpo, despertó entre una oscuridad infinita. Abrió los ojos, despacio y con miedo por no recordar dónde se encontraba ni qué era lo que había sucedido. Para su sorpresa se encontraba tendida en una especie de camastro y un hombre se hallaba sentado frente a ella, estaba mirándola. Tras sentirse observada notó vergüenza y se apresuró en incorporarse pero, al hacerlo, notó que se humedecía su pecho con lágrimas que empezaron a rodarle por las mejillas.
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