Una realidad disfrazada – Parte II

Una vez llegada la noche, Diego fue a la habitación de su hermana y se metió en la misma cama que ella, acurrucándose muy fuerte contra Laura.

– Diego, ¿qué haces?, ¿qué pasa? — preguntó ansiosa
– Laura… — murmuró el pequeño — ¿qué va a pasar mañana?
– ¿Por qué me preguntas eso?
– Es que Sebastián y Óscar me han dicho que seguramente te irás mañana y yo me quedaré aquí solo
– Diego, eso es mentira. No les creas — le respondió a su hermano mientras le acariciaba la cabeza y lo abrazaba
– Laura, dime que no te irás sin mí
– Diego, confía en mí. Siempre vamos a estar juntos
– ¿Como dijo mamá? — preguntó él
– Sí… como dijo mamá — respondió su hermana mientras le abrazaba aún más fuerte

Laura se había convertido en una joven fuerte, a pesar de sus grandes carencias afectivas que intentaba satisfacer con el cariño y devoción de su hermano. Pero era imposible suplir el amor de unos padres con un renacuajo de 6 años. Bruno sí que había logrado ayudarla de una manera más profunda, era un apoyo importante para ella, la aconsejaba y la ayudaba en todo lo que podía. Cualquiera que los veía decía que parecían uña y carne, porque había algo que les unía de una manera especial.
Al día siguiente Laura ayudó a Diego a vestirse, a pesar de ser un niño muy independiente y autónomo, a veces necesitaba el toque de su hermana mayor. Se pusieron la ropa más bonita que tenían y salieron al comedor con el resto de niños, igualmente vestidos como si fuesen a ir a una comunión. Allí les esperaban también Verónica, Alicia y Bruno, que les estuvieron diciendo cómo debían comportarse sin dejar de parecer naturales.

Una vez abrieron la puerta, se les dio la bienvenida a todas las personas que entraban, los más pequeños no se lo pensaron dos veces y echaron a correr al jardín en el que comenzaron a jugar al escondite. Los mayores se quedaron dentro merendando y hablando entre ellos.

– ¿Tú crees que estoy guapa, Laura? — le preguntó Carla estirando la falda de su vestido
– Claro, ese vestido es muy bonito. Seguro que hoy tienes suerte — respondió intentando fingir una sonrisa amable
– No te preocupes, Lau, seguro que os llevan a los dos juntos — enunció Carla en tono tranquilizador al notar a su amiga muy tensa
– Sí, eso espero… — declaró.

Un rato más tarde, Laura ya había conseguido relajarse gracias a la ayuda de su buena amiga Carla cuando, de repente, una mujer se les acercó.
– Hola. Tú eres Laura, ¿verdad? — preguntó sonriente
– Sí… — respondió
– Laura, mi nombre es Gloria, encantada. ¿Podemos hablar un momento a solas?
– Claro… — dijo nerviosa

La señora se dirigió al pasillo contiguo a la sala en la que estaban y Laura la siguió.

– He estado observándote y Bruno me ha dicho que ese niño es tu hermano — dijo señalando a Diego, que jugaba fuera de la casa.
– Sí. Se llama Diego, tiene seis años.
– ¿Y desde cuándo estáis aquí?
– Hace algo más de dos años — respondió con la voz temblorosa
– No quiero que estés nerviosa, solo quería conocerte y conocer la situación de los dos — dijo intentando calmarla — porque me gustaría adoptar a Diego.

En ese momento, el corazón de la joven Laura se detuvo. No podía creer que sus peores presagios se fuesen a cumplir. No podía separarse de su hermano. No podía incumplir la promesa que le hizo a su madre. ¿Sería verdad que ya jamás nadie la querría adoptar a ella por ser tan mayor? ¿Qué sería de Diego sin su hermana mayor, la única familia que le quedaba?

 

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