Junto a ti
cada día es primavera.
Jamás olvidaré ese momento en nuestro primer alquiler. Estábamos sentados en aquella pequeña terraza de sillas verdes y mesa blanca. Las vistas de la costa en aquel pequeño pueblito eran casi mágicas, tú conseguías que fuese la mitad de magia que le faltaba. Yo había saltado de la cama después de estar todo el día dándote un poco del amor que tenía para ti y te había obligado a salir, aunque tú hubieras querido retenerme bajo las mantas e intentando seducirme con el calor que emanaba de tu cuerpo. Cámara en mano y vestida como si hubiese elegido la ropa con la luz apagada, te metí prisa: «se me va a escapar el atardecer, date prisa, va».
Una vez allí y después de haber sacado unas cuantas fotografías del incipiente atardecer, nos sentamos a contemplarlo en silencio. Después de un rato, me di cuenta que me estabas mirando cuando me soltaste casi a bocajarro: «¿nos imaginas en unos años?». A lo que yo te respondí perpleja un: «¿cómo?» y proseguiste: «sí, porque ya nos imagino en unos años en este mismo lugar, tú con tus mismos calcetines y tu moño, esa forma descuidada de ir por casa y a mi a tu lado. Viendo las mismas vistas abrazados.»
Juro que en ese instante me volví a enamorar de ti. Conseguiste hacer viajar mi habitual nostalgia hacia el futuro y el deseo de una vida a tu lado se multiplicó.
Solo puedo responder que no, no lo imagino, pero desde esa tarde sé que quiero vivirlo. Todo. Contigo.