
Comencemos con algo de música para ambientar, que hoy el día lo merece.

Comencemos con algo de música para ambientar, que hoy el día lo merece.
Eres de esas personas que, no sólo logras estremecer mi cuerpo, sino también retas a mi inteligencia y la fascinas.
– A mi me pones lo mismo que a ella – le dijo a la camarera mientras me miraba con los ojos ardientes y su respectiva sonrisa que siempre le acompañaba – me fiaré de ti – añadió en un susurro antes de dirigirle la mirada a la camarera y proseguir – y un café solo, si es tan amable.
– Muy bien, muchas gracias – respondió la señora que me atendía siempre cuando acudía a desayunar los domingos o algún día que me pegaba alguna escapada.
En ese preciso instante, un trozo de comida se me atravesó en la garganta y me puse tan roja que Diego se asustó.
– ¡Sara, Sara, ¿estás bien?! – exclamó alarmado tras abalanzarse sobre mi para ayudarme, realizándome la maniobra de Heimlich.
Creo que lo más desagradable de la cena. No he pasado más vergüenza en toda mi vida, sobre todo después de escuchar cómo el restaurante al completo le aplaudía y el color me volvía a las mejillas, tras pasar del rojo de Heidi al pálido de Casper. Él hizo caso omiso, se agachó para comprobar que estaba mejor, me acarició la barbilla y me dijo:
Me veo obligada a pedirte que me ames

Mientras el suave roce del agua contra mi piel
me alinea todas las heridas,
mientras el vapor que desprendo
se mezcla con el del cuarto de baño,
mientras cierro los ojos
y respiro el aroma de la calma
acompañado por el susurro de la banda sonora más perfecta,
recorres mi mente.
El sonido de las gotas de agua jugando entre mis dedos y la total superficie de mi piel desnuda,
el leve y recóndito murmullo de mi doble corazón calmado acompañado por mis sentidos a flor de piel, obviando la vista.
Sonando de fondo Gravity de Jamie Woon, como si el tiempo pudiese detenerse con solo un suspiro que mi cuerpo esboza regalándoselo al aire.
En ese momento me siento vulnerable, siento que puedo compartir cualquier pensamiento con cualquier persona que se acercase a mi y que todo sería sencillo, alegre y permanecería así por el resto del tiempo, como si no costase nada en absoluto.
Entonces siento que la puerta del baño se abre, dejando entrar un poco de aire más frío que el de la estancia en la que me encuentro pero, aún así, no abro los ojos y me dejo llevar por el momento, quiero permanecer intrigada. Escucho un murmullo que me ayuda a darme cuenta que alguien sonríe al contemplarme, seguido de un pequeño estallido de la madera que hace intuir que alguien ha subido el escalón hasta mi bañera y se dispone a meterse en la bañera conmigo. Mientras yo permanezco inmóvil, como dormida, simulando que me encuentro en un séptimo sueño del que no quiero despertar, aunque no sea realmente lo que quiera.
De pronto abro los ojos y le contemplo observándome sonriente, gesto que se me contagia. Está sentado en el borde contrario de la bañera, medio desnudo y con una pierna en el suelo mientras la otra se encuentra en el aire.
– ¿No pensabas entrar? – pregunto.
– ¿No pensabas abrir los ojos? – responde con una pregunta en tono pícaro.
– Quizá no quería darte ese placer, ya ves… Estoy bastante cómoda aquí – objeto con una sonrisa ladeada y despreocupada.
– … sin mi – protesta.
– Sin ti, ya que no quieres unirte – me limito a responder con los ojos ya cerrados y la cabeza apoyada sobre el borde contrario a él.
Es justo en ese momento cuando se incorpora, se desprende del resto de ropa que le sobra, a mi juicio y camina hasta mi.
– ¿Me permites? – me pregunta, haciendo ademán de entrar para colocarse justo detrás de mi.
– Cómo no – respondo y me ruedo hacia delante, facilitándole así el espacio necesario para que se siente a mi espalda y me rodee con sus largas y ágiles piernas.
Entra y el agua de la bañera se reboza un poco, dejando caer también un poco de espuma al suelo, que acoge la madera y traspasa el suelo para ir al sumidero que se encuentra justo debajo.
– Así mucho mejor – me susurra mientras yo cierro los ojos y me limito a aspirar el aire que ya está contagiado de su perfume – necesitaba esto.
– Dudo que más que yo… – argumento casi sin pensar cuando el agua está volviendo a su cauce, después de su entrada en la bañera.
Mientras él permanece en silencio, colocando sus manos sobre mis hombros y acariciándolos en círculos, yo coloco mi cabeza sobre uno de sus hombros y me recuesto sobre su pecho, levanto la barbilla y le doy un casto beso bajo ella. Es entonces cuando me coloca una mano en el vientre y lo masajea suavemente con sus dedos.
– Dentro de poco mi mano me va a parecer pequeña – esboza en tono simpático, sonriendo.
– Es ley de vida, cariño – le respondo suspirando mientras sonrío y disfruto de la música que nos acoge como de su mano cálida y protectora.
No podría estar en un lugar mejor en este momento, aunque quizá me gustaría recordar cómo te conocí a ti, así se me haría más llevadera esta espera…
Eres de esas personas a las que conoces y dices: «algo me dice que no cambiaría ni un segundo de mi vida a tu lado. Llámame loca.»
Estar en la cama y girar la mitad del cuerpo buscando el tuyo,
pero no hallarlo…
Girar la vista por fin y continuar la tarea
con una pesadumbre en mi pecho y el alma cargada de emoción contenida,
pues sé que no estarás.
Tu trozo de cama se encuentra frío, sin alma, gélido…
Mientras en mi cabeza resuena eso de: «¿qué tiene él que no tenga yo?». Jamás lo dijiste, pero quizá algún día lo pensaste.
Hay amores que no se eligen, como el que se puede sentir por una madre o un padre, por un hermano o una abuela, pero hay otros de los que sí tenemos la potestad de elegir.
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