– ¿Y así es como me lo pagas, durmiendo con este tío que no me llega ni a la suela del zapato? Lucía, por favor… no seas ilusa. Solo te quiere para follarte. Pero yo no, yo te quería – le dijo sosteniéndole su cara con la palma de las manos.
– Pero… – titubeó ella.
– No, Lucía. Yo te quería y te quiero. Vuelve conmigo – la interrumpió Leo.
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Ciento ochenta grados – Parte IX
Sus pieles se rozaron tibias, frágiles, sedosas y atenuadas por la luz de una vela que yacía sobre la mesa de noche. Mientras tanto sonaba una canción, la canción de ambos.
(Escúchala aquí).
– Prometo no hacerte daño – le susurró él en su oído pero ella lo detuvo colocándole su dedo índice sobre los labios.
– Lo sé, Hugo… no me harás daño, tú nunca me haces daño. – Sus palabras parecían revelar sus miedos más profundos: haber necesitado amor y estima fuera de su casa por la situación con mamá y… ese maldito estúpido, es decir, papá.
Anclada a ti
¡Hola a todos, queridos camaradas! Ya estamos por aquí de nuevo, haciéndoles disfrutar con los relatos que voy confiándoles. El relato de hoy es tan personal como mágico, que acompañaré con una imagen de mi querido amigo y socio Alberto Silva Hernández. Espero que te guste, allá vamos.
Abro las palmas, descubro lo que en ellas se encuentra: tu corazón está en mis manos, latiendo. ¡Está latiendo!

