Observo mi vida desde fuera de ella, como si no existiera la suficiente fuerza en mí como para afrontar los acontecimientos que se me suceden, entre ellos tú.
Aún recuerdo la última vez que te vi, la última mirada que te dirigí y el ultimo beso que nos dimos, esa vez en la mejilla. Mi cuerpo enmudece al recordarlo, pues sabe que lo único que querías en ese momento era deshacerte de mi, alejarte y no volver. La conversación que tuvimos con antelación solo fue el preludio de una despedida cruel e inesperada, con un «ya nos veremos» un tanto incrédulo.
Algunas partes de esa conversación aún hoy resuenan en mi mente:
– pero, vamos a ver… ¿aún te gusto? – inquirió él con tono amenazador y melancólico.
– NO. Claro que no… – respondí, aunque sin creerme mis palabras. La respuesta perfecta hubiese sido: «NO. Claro que no… yo te quiero».
