«El amor nace también desde la admiración».
Admiro tu paciencia, tu benevolencia con los demás, tu bondad infinita y preocupación que muestras constantemente por los demás.
Admiro la pasión con la que te levantas cada día de la cama para enfrentarte a un nuevo día y también con la que te acuestas.
Admiro tu espíritu de lucha y sacrificio constante, esforzándote cada día por conseguir lo que sea que te propongas.
Admiro la sonrisa que impera en tu rostro, sea la hora del día que sea y que seas capaz de conservarla aún cuando las cosas no pintan bien.
Admiro que tus manos den calor aún en invierno,
que tu sonrisa sea radiante aún tras una pérdida ineludible,
que seas capaz de indicar y guiar con la mirada aunque tus propios pasos sean equivocados y tropieces,
que quieras a quienes te quieren y ames a quienes te odian,
que seas capaz de poner la otra mejilla sin olvidar aprender en cada golpe,
que, aunque tus grietas sean más grandes que tus alegrías, sepas sanarlas como sabes: sonriéndole a la vida.
Solo quienes estamos a tu alrededor sabemos lo que se siente cuando el calor de un abrazo tuyo nos acoge,
también conocemos bien lo que se siente cuando tus lágrimas de hastío nos recorren el hombro, porque son calientes y vienen acompañadas de un fuerte sonido de congoja que procede de lo más profundo de tu pecho,
pero, sin duda, lo que conocemos bien es lo que se siente cuando tu sonrisa y carcajada incesante ilumina el espacio.
Eso hace que el resto merezca la pena
y también la alegría.
Que vacía habría estado mi vida si no te hubiera tenido como modelo.
Ojalá algún día pudiera ser la mitad de lo que eres tú.
Eres única, fuerte, increíble, preciosa
y eres mi madre.