Eres la bola blanca.
Eres la maldita bola blanca que golpea a las demás bolas,
ya sean lisas o a rayas.
Tienes el poder.
Solo tú tienes el poder de distanciar a unas
y acercar a otras.
Nadie más tiene el poder,
solo tú.
Pero esto no se queda aquí,
¿sino que gracia tendría?
Ahora ya lo sabes, no hay secretos: eres la jodida bola blanca.
Pero esto no se queda aquí.
Tienes que convivir con tus pensamientos y decisiones internas
que te darán la fuerza suficiente
para ejercer una fuerza
sobre ti con el palo fino y alargado
(el de la punta plagada de tiza azul),
y dirigirte a comenzar la partida.
Con cada golpe separarás a las bolas de ti,
a algunas más que a otras,
pero también irás agrupando al resto por todo el espacio.
Son las reglas para comenzar la partida:
debes comenzar tú
avanzando primero,
dando el primer golpe.
Con el paso del tiempo
te irás dando cuenta
de ciertos acontecimientos
que ocurrirán durante la partida:
algunas bolas caerán por los huecos
(sean lisas o a rayas),
habrán bolas que duelan más que se vayan
al comenzar la partida
(como es el caso de la negra),
pero habrá otras que continuarán ahí
inmóviles casi toda la partida
sin percatarte casi de su presencia.
Se llame 5, 10 ó 7,
no notarás que está a tu lado
hasta que sea la última en marcharse.
A todas las golpearás,
todas se golpearán entre ellas mismas,
algunas te lograrán golpear a ti,
pero solo tú podrás ser golpeada, caer y resurgir de nuevo
para continuar con la partida.
Habrán golpes más duros que otros,
algunos que reciban algunas bolas
por un movimiento en cadena
promovido por tu decisión
de dirigir tu golpe hacia ese lugar,
pero ninguna te golpeará sin antes haber golpeado tú
porque solo tú
tienes las riendas de la partida,
solo tú tienes el poder.
«El simple aleteo de una mariposa puede cambiar el mundo»