Equivocarse pero hacerlo hasta el final,
cometer errores
de la manera más pasional que sea posible,
para que cuando los recuerdes
se te pueda estremecer todo el cuerpo
y la sonrisa brote en tu cara,
50% de locura,
50% de emoción.

Esa es la manera en la que me gusta vivirlo todo,
para poder llegar a la última curva de la vida
despeinada,
justo a tiempo
y con una sonrisa en la cara
por haber vivido la mayor aventura
jamás contada.

No digo que en ocasiones haga falta rutina,
una cierta pizca de estabilidad
y en ocasiones también,
porqué no,
aburrimiento que estimule la creatividad
de una mente anclada en los quehaceres cotidianos
que te ayude a sacarte de ese ensimismamiento
que es absolutamente impropio de una mente como la mía.

Mitad inexperiencia,
mitad atrevimiento,
pero siempre viviendo de manera consciente,
con la capacidad de poder dejarse llevar
pero sabiendo que cuando quieras parar,
tendrás la voluntad de hacerlo.

Y conste que algún día me encantaría contar
cada locura que he sido capaz de hacer por amor,
las que me ha nacido hacer por el absoluto deseo que me evocaba
y las que han sido simplemente
el fruto de las pasiones más ocultas
que a todos nos acogen un domingo por la noche.

En esos momentos hay nombres o caras,
incluso caricias,
que es inevitable que recuerdes por encima de los demás,
porque son esos momentos en los que tu mirada
ha enfocado justo en el instante indicado
para que tu cabeza sacara una instantánea
que te regalarás para el resto de tus días,
porque quizá los lunes por la mañana
necesitamos nutrirnos de esos pequeños momentos de placer
que nos ayudan a reconectar con nuestro ser más profundo,
con las sensaciones más primitivas y reales que tenemos
y que en el fondo también somos.

Es una parte de todos y cada uno de nosotros:
deseo,
anhelo,
locura,
pasión.
La única diferencia
es que a mi me gusta desarrollarla
y no solo darle rienda suelta a la imaginación.

Cuando no pienso en nada
estoy pensando en ti.

Cuando no extraño a nadie,
deseo un abrazo tuyo.