24/7

Mi primer regalo: tu presencia.
Tu segundo regalo: una libreta.

Pero lo que no sabes
es que cuando era pequeña
lo único que me daba seguridad para salir a la calle,
era llevar una libreta y un bolígrafo conmigo.
Y precisamente para que la lleve encima todo el día,
ha sido por lo que me la has regalado.
No encuentro explicación
porque nada de esto tiene sentido.
Cualquiera que nos mirara juntos
no lo entendería.

Pero me esperas en la orilla con la toalla abierta
y tus brazos listos para abrazarme,
me miras evitando derretir tus ojos sobre mi,
sonríes más por verme que por cualquier cosa que pueda decirte,
tus manos bordean mi cuerpo como un andante se hace camino,
recorres caminos aún inexplorados para ti
mientras yo no puedo evitar contener la respiración
para que el corazón no busque otro emplazamiento
fuera de mi pecho,
sí, ese que tanto alabas.

Directo y sin rodeos,
me dices exactamente lo que quieres,
me miras y ya sabes a dónde vas,
me dibujas las curvas justo por encima de las líneas
y llegas hasta donde tu cordura te permite,
al menos la poca que te queda.

Y yo, que solo quiero estar a tu sombra siempre,
mirando hacia arriba y encontrándome tu barbilla
para dibujarla con mi índice,
respirando el mismo aire que tú,
apoyándome en tu pecho al llegar del agua,
buscando el refugio y el calor,
a centímetros de tus labios
con unas ganas mortales de darte un beso
pero siendo consciente del peligro que ello conlleva.

Ahora lo que más miedo me da
es tu marcha.
Miedo desbloqueado.

Pasar por tu portal una
y otra,
y otra vez,
deseando llamar a tu puerta
para darte otro abrazo,
y otro,
y otro más.
Y que no se me acaben las ganas de eso.

Caminar a tu lado e imaginar
que nuestras manos se cruzan,
pero evitar sonrojarme
para que no te des cuenta.

Invitarte a fresas
pero que me digas que no te gusta el tacto,
solo el sabor
y justo cuando me meto una en la boca,
mastico y la trago,
me dirijo a ti para invitarte a probar
solo el sabor,
pero miras para otro lado.

Qué difícil puede ser sobrevivir a esto.

Esa manera tuya de acariciarme el pelo,
como queriendo decir: «esto también es mío»,
anhelando provocar en mi el deseo más ardiente
y hasta la arcada más profunda,
bordeando los límites prohibidos de mi anatomía,
señalando los que besarías,
los que solo morderías
y los que también te comerías.
Anclando tu mano a mi ropa interior,
sosteniéndonos la mirada
pero, sobre todo, la sonrisa.
Esos ojos cargados de deseo,
en singular y en plural,
en presente y en futuro,
en activa y en pasiva,
en son de paz y en guerra.

Cada palabra,
cada gesto,
cada caricia,
pondría en órbita hasta al planeta más gigante.

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