
Ayer me enamoré de un vestido.
Entré a una tienda sin buscar nada en particular
y vi un vestido colgando de un perchero,
estaba junto a otro únicamente y lo vi,
era azul con florecitas blancas
y tenía el tejido perfecto para verano,
ese fresquito y cariñoso
con el diseño perfecto para no marcar mucho
y que te puedes poner para todo,
desde ir a la playa
como ir a tomar algo por la tarde a una terraza.
Cuando me disponía a ir a la caja
la dependienta tuvo que salir
a colocar unos artículos en los estantes
y me quedé a esperarla pero desapareció,
así que me dio por buscar entretenimiento alrededor.
Justo al lado de la caja
estaba la sección infantil
y, a pesar de no llamarme la atención la ropa de niños nunca antes,
me acerqué a mirarla.
Sostuve una camisa de popelín blanca sobre mi mano,
observando cada detalle de la misma
y se dibujó una sonrisa en mi cara;
toqué unas zapatillas deportivas blancas
que serían para un niño de un año más o menos
y en ese momento me detuve a sentir,
olvidándome de pensar,
y me di cuenta de la posibilidad de ser una buena madre algún día
y que ese día esté más cerca que la última vez que lo pensé.