Actualmente me encuentro en ese momento de la vida
en el que me haría mucha ilusión tener una compañía
y salir a disfrutar de la fugacidad de la vida,
reírme mucho,
tomar alguna copa de vino o alguna cerveza
en algún lugar con aire natural
y tener la vida cerca,
sacar alguna foto para inmortalizar
ese pequeño instante en el que logras la felicidad
y sentir que estoy viviendo…
pero por otro lado me da tanta pereza
soportar la falta de involucración,
sentir que a la otra persona no le interesas
hasta el final del mundo,
que es como te interesan a ti siempre las personas…
Que puede que hoy le cuentes algo
súper personal que probablemente sea la primera
vez que verbalices para otra persona
porque solo te lo has contado a ti misma,
y mañana esa persona ya sea la nada en tu vida,
por no tener la lealtad suficiente
que le permita estar en tu vida
con la intensidad con la que tú vives a los demás.
Y eso te hace alejarte
y sentir, así, que la única compañía que toleras es la tuya propia,
que los demás no están a la altura,
aún no teniendo expectativas sobre ellos.

Pero cuán triste es eso.

Porque una parte de ti
sabe que jamás encontrarás a una persona
a la que le guste tanto dejarse la piel
y reír hasta la extenuación,
seguido del llanto más profundo,
como a ti.

Las personas altamente sensibles
nos damos cuenta de cada detalle,
de cada gesto,
ya sea intencionado o no,
y aunque callemos porque a veces sea mejor
que soltar todo lo que llevamos dentro
por miedo a herir al de al lado,
eso se queda dentro de nosotros como una herida abierta
que muy difícilmente se cierra.

Lo único que se consigue es encerrarnos
cada día un poco más en nosotros mismos,
sin darnos cuenta que esa penitencia
nos mata y consume,
como si bebiésemos una gota de veneno cada día.

Cuando no encuentras respuestas ni solución,
la opción más difícil es seguir como si no pasara nada.