
El dulce pero rudo sonido de tu voz,
en la que cada letra acaricia tus cuerdas vocales
en un silencio que ensordece hasta al más cuerdo,
en quien puede caer en tu alegato hasta el más sensato,
el que hace que te derritas como si el sol estuviese
radiando cada centímetro de tu piel
y a cada gota que cae,
estuvieses más prendado,
más sumiso,
más loco…
porque los locos somos los únicos
a los que nos embriaga tanto el sonido de tu voz
que acabamos colmados de tanto.
Tanta belleza,
tanto amor,
tanto sentir,
tanta pasión.
Solo aquel que te ha escuchado
sabe que es más fácil salir de una canción de Luis Miguel
que de ese vaivén de letras que dibujan tus labios en el aire,
ese que es cada vez más inexistente
entre tu piel y mi piel,
ese que se agota de manera proporcional cada vez que me miras,
el mismo que no soy capaz de controlar
cuando se me escapa por tenerte cerca.
Y hoy, mi cielo, no quería escribirte,
pero es un hecho que, una vez más, te me has colado entre las manos…
aunque no de la forma que yo más anhelo.
Ojalá algún día pudiese volver a olerte
de la misma forma en la que hueles
cuando no puedes apartar tus ojos de mi,
cuando se te llenan los ojos de deseos
que necesitas volcar en mi.
La vida es ese corto lapso de tiempo en el que hablamos
entre momentos en los que me limito a echarte de menos.
Ojalá jamás me hubiese ido,
ojalá no hubiese tenido tanta prisa
y no hubiese estado tan ciega
como para darme cuenta
que eras tú quien sí quería estar a mi lado
y que era yo la única que lo único que quería
era una relación de plástico roto.
Tal vez entonces
hoy no estaría escribiendo esto
y todo habría sido tan diferente…