
Sentada frente a una muchedumbre,
con la luz tenue y las manos sobre mi regazo,
inspiré la calidez de tu recuerdo.
Imaginé el día en el que pudieras encontrarte frente a mi
de nuevo,
y la piel se me erizó.
No fui capaz de evitar sentir un ardor
que me recorría las mejillas
y un escalofrío inundó mi cuerpo.
Anhelé, nuevamente,
lo que siento al verte
y mi mente construyó un recuerdo imaginario
en el que tú entrabas por la puerta
y me sonreías con los ojos más que con la boca,
iluminando con tus ojos
la opacidad de los míos,
siendo capaz de hacer rememorar cada momento,
cada beso a escondidas,
cada susurro al oído,
cada choque de manos por la calle,
cada caricia dada casi «sin querer».
Desperté de mi ensoñación cuando tenía que ponerme en pie de nuevo,
pero ya en ese momento podía sentirte
casi como si una parte de ti
me hubiera visitado de verdad.
Mi boca empezó a dibujar una sonrisa,
mis ojos a cerrarse más lentamente
y en ese momento le pedí perdón a la vida
por sentirme así,
pero también le pregunté «¿por qué?».
Lo intento todos los días,
incluso llego a olvidarme de intentarlo
por el desespero que genera en mi
intentar algo que no logro conseguir,
pero sea como sea, es en vano.
Solo sé que volvería.
Volvería a revivir cada momento.
Todos y cada uno de ellos.
Algo que nos une por el mero hecho
del secretismo que siempre nos envolvió,
siendo los únicos conocedores
de cada paso que dábamos.
Cuando extraño cada noche juntos,
también siento lo mismo por esa parte de mi
que se quedó en cada uno de ellos y en ti,
esa persona a la que tampoco he vuelto a ver.
De manera indivisible,
fueron los años más decisivos,
con la persona más…
…
(qué imposible definirte),
que me hizo sentir como una rosa de terciopelo rojo.
Tal vez las rosas de terciopelo rojo se sientan especiales
por el mero hecho de ser como son,
pero también por el mimo que les dedican,
aunque también tienen una gran responsabilidad
por tener que mostrarles al mundo lo bonitas que son,
siendo consciente que necesitan que las alimenten
para ser así,
por lo que también son frágiles y delicadas,
sin olvidar que de la noche a la mañana pueden convertirse
en la sombra de lo que eran.
Pero estoy segura que una rosa de terciopelo rojo
solo se siente
tal cual es
cuando alguien la acaricia,
porque esa es su esencia:
vivir para que los demás puedan disfrutar de ella.