Cuando él apareció
ya no había vuelta atrás,
ella no podía prepararse
para cuando él llegase
porque ya lo había hecho.
La pilló a medio hacer,
con los pies descalzos
y el pantalón a la altura de sus muslos,
aún sin peinar
y con los ojos cansados de llorar.
Apareció así,
sin más,
como suceden las mejores cosas de la vida.
Un buen día,
sin pretenderlo,
ella llamó su atención
y fue entonces cuando él no pudo remediarlo más
y le habló.
Pasaron días
y puede que incluso semanas
hasta que volvieran a coincidir.
Lo que ambos no sabían
era que se quedarían atrapados
el uno en el otro.
Tanto es así que la locura les acogió en su seno,
llevándole a él
a considerar la opción de ir a conocerla.
Sin pretensiones,
sin planes…
a priori.
Y así se encontraron,
como quien ve pasar algo familiar ante sus ojos,
pero en este caso fue alguien.
Se detuvo a su lado
sin sorpresa,
pues él ya la esperaba.
Comenzaron a hablar
como si no fuera la primera vez que se veían,
mirando al frente
y no a los ojos del otro,
quizá producto de la vergüenza más incipiente.
Él se giró hacia ella
y ella le siguió.
Las sonrisas brotaron de sus labios
como las flores con los primeros rayos del sol.
El siguiente contacto no se daría hasta después del desayuno,
en ese momento él se sentaría al lado de ella
fingiendo una sensación de perplejidad producida por el paisaje
cuando lo que realmente buscaba era el contacto
y probar su reacción.
Conocerse es tan complejo
que el más mínimo detalle
puede definir a la otra persona,
por eso ella observaba cada gesto,
cada palabra
y cada mirada.
Tanto prepararse para este momento
había sido en vano.
Se había preparado
para enfrentarse al tipo de hombre
que había conocido hasta ese momento,
pero no para quien tenía delante,
él distaba mucho de los anteriores…
corrijo, muchísimo.
A pesar de ello se adentró en lo desconocido,
fruto del carácter intrépido
que aún poseía,
a pesar de que muchos
hubieran querido arrebatárselo.
Ya no tenía que ir por ahí mendigando amor,
una cita que nunca se produciría
o un mensaje al momento de mandarlo,
ya no tenía porqué seguir soportando
al mismo tipo de cafres con los que se había topado.
Ella se recostó en la cama con la cara contra la colcha
y él se recostó sobre su espalda.
Pesaba tan poco que le pareció extraño
y le pidió que reposase todo su cuerpo sobre el de ella.
Al hacerlo ella cerró los ojos,
no deseaba estar en otro lugar.
Se habían acabado los días como los conocía.
No volvería a ser la misma.
Contaría lo que sucedió después,
pero las palabras solo servirían para banalizarlo
y es mejor que la imaginación del que no lo ha vivido
se imagine a su antojo lo que pudo haber pasado,
y el recuerdo de quienes lo vivieron
les haga sonreír y estremecer.
Cuando ella regresó del baño
se lo encontró tumbado en la cama ya dormido.
Sonrió y se recostó a su lado
para contemplarle mejor.
Cuando él despertó
comenzaron a hablar de esto y lo otro
hasta que él fue a la ducha
y ella a la cocina.
Al regresar vio su cuerpo desnudo
en el interior de la ducha
y dijo para sí:
«cuidado con lo que deseas».
Él regresó a la cama abrazado por la toalla,
la cual solo le cubría hasta la cintura
y a ella le brotó el instinto más maternal,
sus ojos se entornaron
y comenzó a sonreír.
Antes de salir él dijo: debo pedirte algo
a lo que espero accedas. Ella asintió y el continuó:
píntate los labios.
Ella sorprendida accedió
y él disfrutó viéndola maquillarse
como los alumnos contemplan sonrientes a su maestra preferida.
Se montaron nuevamente en el coche de ambos por ese día
y fueron buscando el sol,
algo de calor que los mantuviera ocupados
en otros quehaceres más propios
del primer día que conoces a alguien.
Comieron una pizza compartida en un lugar cerca de la playa
y hablaron hasta que el sol fue cayendo por el oeste.
Mientras caminaban rumbo a unas mejores vistas,
él hablaba y hablaba sobre anécdotas, experiencias
y vivencias graciosas.
Ella, mientras tanto, se lo iba imaginando en esas situaciones
y se permitía el lujo de reírse de él
como el niño que esconde un secreto.
Ella quiso fotografiarle
y después él hizo lo mismo con ella,
hasta que decidió sacarse una foto juntos
con el atardecer bailando a su alrededor.
El camino hasta el coche fue más sincronizado,
disfrutando del lugar, el sol, la gente
y el abrazo compartido mientras caminaban.
La vida a veces nos pone lejos
para hacernos saber hasta dónde
somos capaces de llegar por amor.
Quizá esto sea la prueba de ello.