– Sara, ¿eres tú? – preguntó el interlocutor por el teléfono.
– Diego… sí, soy yo. Dime – respondí, algo apresurada por estar en las labores típicas antes de salir de casa ante semejante acontecimiento: había quedado con alguien después de año y medio.
– Ya estoy llegando, ¿tú estás lista? – volvió a preguntar mientras conducía, aunque eso no le impedía comprobar mis nervios, lo que le hacía sonreír.
– De acuerdo… – mencioné preocupada – pero solo son las ocho menos cuarto, habíamos quedado a las en punto, así que aún no estoy lista.
Él soltó una carcajada al otro lado del teléfono al notar su estrés y escuchar cómo se le caía algo al suelo.
– Lo sé, lo sé – respondió intentando contener la risa – se me hizo temprano pero descuida, te espero abajo. ¡No tardes! – y colgó.
– No tardes, no tardes… ¡joder, pues no llegues antes! Que encima que estoy nerviosa, ahora encima a meterme prisa… Ya una no se puede ni maquillar tranquila – bramé para mi misma.
Lo cierto es que odio las prisas y llegar tarde, no es algo que fuera conmigo eso de hacer esperar a la gente, pero si se adelantaban quince minutos antes, tendrían que acogerse al primer mandamiento de la cita: el hombre siempre espera por la mujer, que sepan lo que valemos.
Al salir a la calle, fui en dirección hacia el coche y, para mi sorpresa, él estaba fuera apoyado sobre la ventana del copiloto. Vestía con una americana azul marino y un pantalón de pinzas, muy apropiado para mi vestido negro que iba acompañado de unos tacones sencillos a la par de elegantes. Una vez me vio, se puso en pie y caminó hacia mi.
– Buenas noches – me dijo mirándome directamente a los ojos regalándome una sonrisa.
– Buenas – respondí sonriente y con las rodillas temblorosas.
– Muy guapa – mencionó sin apartar la vista de mis ojos.
– Qué alagador y sonriente – respondí dirigiéndole una mirada cómplice
Los dos nos dirigimos al coche, él me abrió la puerta, esperó a que entrara y la cerró para ir hasta su puerta.
Una vez ya en el coche, no pude aguantar más y solté lo que me había estado rondando la cabeza desde hacía unos minutos.
– ¿Eres así con todas? – pregunté
– ¿A qué te refieres? – interrogó extrañado
– Ya lo sabes, a eso de abrir la puerta y cerrarla sin que la mujer te lo pida – le respondí mirándole de reojo mientras ladeaba una sonrisa
– De hecho, solo con las que me prestan su móvil justo después de estallar el mío contra el suelo – certificó con una sonrisa enorme en la boca
Una vez en el restaurante, comenzamos a charlar sobre lo que había sucedido el día en el que nos conocimos, tan solo una semana atrás.
– Lo cierto es que mi pareja me estaba dejando definitivamente en ese momento y… – alegó cuando le interrumpí.
– No tienes por qué contarme todo esto si no quieres – certifiqué parando de comer en el momento – en realidad yo solo he salido esta noche porque no tenía con quien salir y así me invitabas a cenar – objeté antes que él continuara con su historia, pues no quería hacerle sentir incómodo ni estropear la noche.
– Gracias por cortarme. Tienes razón, debería ser más sincero contigo. En realidad no quiero hablar de ella, sino de ti – declaró clavándome la mirada en un segundo.
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