¿Qué me has hecho?

Se me empiezan a escapar las palabras de las manos y necesito soltar al menos una parte de lo que llevo dentro y que tanto me quema.

Hoy, que estamos más cerca que nunca antes del 2050 que del 2000, he tenido que decirte adiós de alguna manera que aún todavía no comprendo (así como el motivo real y certero de esta decisión).

La realidad no es otra que el hecho de extrañarte y sentir que lo que hemos tenido ha sido una especie de juramento eterno de sal. A pesar de no haber estado nunca, creamos nuestro propio muelle de San Blas, nos encomendamos a la Virgen de la Caridad del cobre y sé que si tú me vieras asimilando que no estás conmigo, otra oportunidad me dieras.

Cosechamos momentos, sonrisas, dúos a guitarra y voz algo descoordinados, caricias en mitad de la noche, «te quiero» furtivos (aunque la mayoría en silencio) y no puedo esbozar otra cosa que no sea una sonrisa al recordarte.

El amargor de tu marcha es algo que perdurará durante un largo tiempo entre mis labios,
a pesar de necesitar que, de alguna manera,
el sabor de los tuyos los endulcen.

Desconozco si todo ha sido una broma pesada de la vida,
mera casualidad
o alguna que otra causalidad,
tampoco sé si la situación ha derivado en algo
demasiado complejo o complicado,
pero lo que quiero recordar de todo lo que hemos reescrito
es que, como ya vaticiné en su momento y no me equivoqué,
tienes la capacidad de quererme
y ya no me moriré sin haber sentido ese amor: tú amor.

No era una espina clavada
y quizá ni siquiera era dolor o rencor acumulado,
era una vieja esperanza ya olvidada
de algo que durante mucho tiempo
quise,
anhelé
y ansié que pasara.

Los caprichos del destino han querido
que esa situación finalmente se de
y todavía aún no sé el porqué
pero tampoco fructificó.

Las personas que llegan a tu vida
lo hacen para enseñarte
lo que sí y lo que no,
mucho o poco,
pero luego hay otras que,
independientemente de lo que te enseñen,
(por encima de todo)
llegan para marcarte.

Los años pasan
la vida avanza
y a pesar de todo,
tú siempre podrás volver a mi,
porque en algún rincón de mi interior
siempre estará tu habitación preparada
para cuando decidas y quieras quedarte.

En esta ocasión el camino para llegar hasta ella
no ha sido fácil
y los pasillos han sufrido derrumbes
impidiendo el paso hasta llegar a la puerta,
pero sé que con la paciencia adecuada,
la luminosidad correcta
y el afecto necesario,
todas las puertas se pueden encontrar y abrir.

En el silencio de mi mente
a veces me llega el sonido de la música que todavía
a día de hoy
sigue sonando dentro,
alguna vez esa puerta de abre sin querer
y el olor viene de nuevo a mi nariz,
ese dulce aroma calmado y a limpio,
entre vainilla y menta,
entre mar y sol…
Alguna vez me he empeñado en arreglar bien el manillar
para que no se vuelva a abrir,
pero corro la tentación de abrirla para meterme dentro
y no sé qué decisión es mejor:
si dejarla que de vez en cuando se abra
y la melancolía me inunde
o cerrarla con llave para siempre.

Por ahora está vacía,
con la música sonando,
todos los recuerdos intactos
y el calor de hogar sigue reinando dentro,
pero desconozco si algún día
será habitada por algo más
que el polvo producido por el inexorable paso del tiempo.

Físicamente,
mentalmente
y psicológicamente
atrapada.

Esta es la historia truncada
de dos personas que se han vuelto a encontrar
a través del tiempo y los años,
pero han vuelto a no coincidir
en lo necesario para estar juntos.
(Al menos por ahora).

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