La última copa

Mi vida… Nos cruzamos de nuevo después de muchos años, como si el destino nos hubiese puesto delante para hacernos volver a sentir que nada había acabado.

Esa misma noche fuimos a tomar algo. Era un bar al aire libre a la orilla de la playa y, al ser entre semana, estaba vacío. Me puse un vestido amarillo y, después de muchos nervios, conseguí salir de casa. Justo en el momento en el que te tuve delante, comencé a recordar todo lo que habíamos vivido. El tacto de tu mano cálida contra la mía me llevó hasta el recuerdo en el que aquella noche acaricié tu cuello mientras conducías, mirándote como una idiota y tú, devolviéndome la mirada y la sonrisa, caíste rendido en el juego. Empecé a besarte el lóbulo de la oreja mientras te acariciaba el interior del muslo. Tú me pedías que parase entre esa risa floja pero, a pesar de ello, fui bajando mi boca hasta que se encontrarse con mi mano, aflojé mi cinturón, te abrí el pantalón y me apoderé del miembro más cálido de tu cuerpo. Paré un segundo para susurrarte: «seguiré hasta que pares el coche». Y tanto que seguí… a la vez que me humedecía gimiendo por el sabor de tu lubricación. Tú te estremecías nervioso… susurrando como podías… que menos mal que era tarde y no había nadie en la calle.

Cuando al fin paraste el coche en un lugar oscuro, en la parte trasera de una casa con una parcela de tierra, paré, me limpié la barbilla con el dorso de la mano mientras sonreía y te miraba lasciva y tú te abalanzaste sobre mi. En ese momento me negué y te ordené que parases, porque no era así como quería seguir. Me bajé del coche y te pedí que me siguieras con el dedo índice. Te bajaste del coche por el lado del conductor y fuiste hasta mi puerta para apoyarme en ella. Comenzamos a besarnos, yo rodeé tu cuello con mis brazos y tú me aprisionaste contra el lateral del coche. Tu lengua cálida y firme, tu piel ardiente, tu saliva cada vez más mía… me aparté y te susurré al oído: «saca un condón», a lo que me respondiste con cara de incredulidad. Te respondí desabrochándome lentamente el pantalón mientras te miraba sonriente y bajándomelo hasta la altura de la rodilla, a lo que añadí: «esta noche toca aquí» y tú, perplejo, no lo podías creer. Cuando sacaste el condón de tu cartera, te lo puse, me puse de frente al coche y no paré hasta que te tuve bien adentro. Tu firmeza, tus gemidos, tu calor, tus manos apretando mi ropa, el suave jadeo incesante en mi oído, tu piel contra mi piel, los ojos luminosos en la oscuridad buscando cualquier mirada indiscreta, tú tapándome la boca cuando lograste que me corriese para que los dueños de la casa no nos oyesen. Pobres… no sabían lo que pasaba a apenas diez metros de la tranquilidad de su cama. Y ellos, ¿habrían hecho eso alguna vez semejante locura ante la vista de cualquier extraño?

Qué noche la de aquel día…

¿Otra copa?

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