
Que se la lleven de aquí,
que la saquen de mi vida
que yo no puedo.
Que no quiero quedarme hasta tan tarde mirándola,
ni encontrármela cuando llego a la cama
justo después de dejarla en su casa,
ni tampoco saltarme todo lo prohibido
que me había jurado nunca hacer.
Que me la arrebaten de las manos,
que no me vuelva a dar señales,
que me quiten los motivos para volver a reírme con ella,
que me duele la boca de tanta…
que se la lleven de una vez por todas.
Que me arrebaten la alegría que siento al tenerla cerca
y la suplan por indiferencia ante sus caricias,
sus ojos,
su boca,
el sabor de su amor.
Que no quiero saber nada de ella,
que me hagan creer en eso.
Que me arrebaten las ganas de darle todo el amor que tenía guardado para ella
y no sabía a quién iba destinado
hasta que volvió a aparecer,
que me quiten este sentimiento que se me clava cuando la veo
y me desangra cuando se baja de mi coche,
que me quiten esta cara de tonto que se me pone
cuando un mechón de su pelo cruza su cara
sin mediar palabra
y sin que sea el viento el causante de tal efecto,
que se vaya,
que juro que ya no quiero verla más…
o quizá sí.
Que me dejen sufrir su pérdida en soledad,
su ausencia en los lugares que visitamos juntos,
reírme de las tonterías que solo nosotros conocemos,
sentir su presencia sin que esté ya cerca,
que me la quiten de encima,
de debajo,
de la cabeza
pero, sobre todo,
del corazón.