Tu olor en la almohada aún permanece, casi intacto.
Mi mente vaga al completo buscándote.
Arrastro mi cuerpo hasta tu orilla de la cama
y te encuentro.
Justo cuando me topo contigo,
mi sonrisa vuelve a iluminar tu mirada y,
sin saber cómo ni porqué,
me sonríes como si fuese lo que necesito al despertar.
Y es que tienes algo que me encanta,
que me enamora y enloquece hasta mis papilas gustativas.
Ya no es por tu cuerpo,
el roce de tus dedos entre los míos
o a qué saben tus besos,
sino que tienes tanta libertad
y dejas tanto cuando te vas,
que solo me apetece perderme
para volver a encontrarme contigo.
No estás en el verbo «hacer… el amor»,
ni siquiera en el «soñar… contigo»
porque hacer el amor… contigo
y soñar… contigo,
será lo menos que haré
de lo maravilloso que me parecerá
contemplarte mientras eres tú mismo
en plenitud.
Esto es inmarcesible,
hagámoslo con meraki.

Incluso odio que me digas eso de:
«yo he suspirado por la piel de tu cuello
y he jugado con ella provocando
erizamiento generalizado».
Estúpido engreído,
qué suerte tienes de hacerme sonreír
por cada una de tus tonterías.
Te hallo en cada pequeño rincón
y en cada inmenso detalle.
En mi hombro izquierdo reposa un beso tuyo
y en esa pulsera reside un resto de tu amor.
Cuando regresas a mi
ya todo es hermoso y adorable,
«te adoro».
Porque ya no necesito ver para creer.
Disculpa,
solo estaba soñando.
Me disparo porque te quiero, pero si me quisiera a mí mismo, te dispararía a ti.
Marilyn Manson
