Perdona si no me entusiasma verte
y mucho menos saludarte.
Perdona mi impertinencia si al verte
aparto la mirada hacia otro lado.
Perdona si le digo a todo el mundo
que no me hable de ti.
Lo cierto es que, si hago todo eso,
es porque no quiero que estés en mi vida.

Lo nuestro empezó con una amistad,
una amistad que nos hacía tener los pies sobre la tierra
sin impedirnos olvidar que podíamos rozar el cielo con nuestros dedos.
Una amistad que nos hacía comunicarnos con una sonrisa,
una mirada,
compartir las sudaderas que más nos gustaban
y cervezas en carnaval.
Una amistad que nos motivaba a seguir,
que nos empujaba para salir de fiesta
y nos contagiaba la risa más absurda del mundo.

Por cuestiones del destino,
fueran los que fueran,
todo eso se detuvo…
como un tren en mitad de la nada,
como una cinta de cassette,
como un reloj cuando se queda sin pilas.

Y aquí estamos hoy,
mientras para mi es de día
para ti es de noche
y viceversa.

Ya nunca coincidimos,
aunque estemos en el mismo espacio, nuestras miradas ya no se cruzan,
nuestras sonrisas del pasado ya no mueven ni un músculo en nuestro cuerpo,
el amor que nos teníamos se ha enterrado
como una caja de zapatos en el descampado detrás de casa.

Por suerte o por desgracia,
la vida puede que de más de una oportunidad en algunas ocasiones
pero yo no me llamo Vida.

Reconozco mis errores y por eso hoy te pido perdón,
pero no me pidas que fuerce las cosas,
que haga como si no hubiese pasado nada
y que comience de cero cuando ya no podemos mirarnos como antes.

Quizá la madurez de la edad me haga verlo de otra manera en unos años,
quizá al fin comprenda lo que sucedió y me culpe por haber actuado así,
o quizá no.

Sea como sea,
espero que aceptes mis disculpas,
que sepas que este amor ha sido sincero
y espero que nunca olvides que,
aún hoy,
te echo de menos
desde lo más profundo de mi ser.