Acaríciame

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Mientras sus manos acariciaban su piel, sus ojos se entrelazaban como las tres porciones que separan el pelo de una trenza.

Soy tan feliz a tu lado – logró articular él, con el gesto cargado de emociones pero sin ninguna facción en el rostro.

Ella enseguida comprendió que, en lo más hondo de su interior, algo estaba creciendo poco a poco. Con paso firme, decidido y rítmico, como si del compás de un reloj se tratase.

Ambos se encontraban sentados, él sobre las sábanas listas para recibir su amor y ella bordeando la cintura de su compañero con las piernas, de manera que sus torsos se encontraban a escasos centímetros.

La suave luz amarilla que procedía de la lámpara rozaba el pecho de ella, iluminando cada detalle que en él se encontraba. Mientras tanto los labios de él erosionaban cada miedo a su paso por el hombro derecho y sus manos descendían suavemente por las caderas de la chica, la que él quería que fuese su mujer.

Sus curvas parecían estar diseñadas por un escultor y él parecía estar contemplando la obra más bella que jamás hubiese visto. El momento no podía ser más perfecto, con la larga cabellera de la muchacha deslizándose sutilmente por su espalda mientras los besos de su amado recorrían su cuello.

No es el deseo lo que unía estos dos cuerpos, sino el placer de permanecer juntos más allá de los granos de arena que se encontraban en el interior del reloj que los observaba amándose.

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