Me ha pasado algo,
algo que hace unos años me generaba tristeza
ver en la cara y comportamientos de algunas personas,
que no me gustaba y me producía pena por ellos
y es que me he dado cuenta que
me he convertido en una persona solitaria.
A veces por elección propia y otras por el fluir de las decisiones
y la vida, que no cesa su camino.
La constante toma de decisiones
que te alejan de los demás,
te lleva irremediablemente
de pasar pequeños lapsos de tiempo en soledad
a estar solo de manera permanente.
Pasas de tener una o dos personas con las que compartir
tus debates más internos,
a que la única persona que se acerca a conocer todo de ti,
cobra por escucharte.
La sociedad en la que vivimos hoy en día
a veces no deja margen para mucho más:
la socialización se limita a los fines de semana
(con suerte y si no tienes la desgracia de también trabajarlos),
las ajetreadas vidas que llevamos y los horarios de trabajo
(tanto los turnos maratonianos como las horas que les dedicamos)
hacen difícil poder conciliar vida familiar, personal y de amistad,
entre todo ello y que las personas cada vez
estamos más reticentes al contacto directo,
que nos gusta más relacionarnos a través de una pantalla,
que nos cuesta inmiscuirnos de manera profunda con los demás,
que tenemos tendencia cada vez más a no tolerar las diferencias entre nosotros (sean del carácter que sean),
que no somos capaces de escuchar al otro
y cada vez nos expresamos peor
por los pocos recursos que tenemos al hacerlo
ya que prácticamente en la actualidad no se lee,
hacen muy pero que muy difícil la socialización.
Somos la primera sociedad de la historia
más antisocial.
Esto, inevitablemente, nos está llevando a un callejón sin salida:
la temida soledad no elegida.