Como siempre y para siempre

Te siento en cada abrazo, te veo en cada amanecer.

Diez años han pasado desde uno de los palos más grandes de toda mi vida.
Dicen que en la vida hay cuatro grandes momentos muy duros que te cambian para siempre, de esos que no vas a olvidar jamás, y aún a día de hoy éste lo considero el peor de los que he tenido.

Hoy ya han pasado diez años desde que te marchaste
aquel 9 de julio como si no soportases más sostener el peso de la vida,
como si ya hubiera sido suficiente sufrimiento por el momento.

Te marchaste habiendo cumplido el propósito de tu vida
y eso es lo que me calma a día de hoy.

En estos diez años he tenido que aprender a despedirme de ti,
a continuar la vida dándome cuenta que no estás
y a aceptar que ya no volverás,
créeme que no ha sido fácil.

A soportar el profundo dolor de saber que el mundo
es muchísimo más hostil sin tu luminosa presencia
que embargaba todo de belleza a su paso.

Tu pérdida, tu marcha, tu partida
de este mundo terrenal
ha sido el desarraigo más grande que puede sentir alguien
cuando le arrebatan al faro de su vida,
a su guía familiar y espiritual,
a su ancla que le hace tener los pies en el suelo
y darle la importancia a lo que la merece.
Por eso durante mucho tiempo fuiste mi faro
y al visitar todos los que podía, siempre me recordaban a ti,
porque alumbran el camino de quien está perdido,
de quien no sabe a dónde va
y está ahí aún cuando todas las demás luces ya se han apagado.
En la época siguiente pasaste a ser mi ancla,
que no es otra que esa que te hace recordar porqué estás aquí,
cuál es tu propósito en la vida
y qué es lo verdaderamente importante de este camino que transitar
que es la vida.

Te reconozco que hoy, diez años después de tu marcha,
pocas cosas son como lo eran antaño
pero son fruto del inexorable paso del tiempo,
de la evolución o involución de quienes aún vivimos en este espacio
y, evidentemente, de la falta de tu calor.

Ya lo sabes, porque no hace falta que yo te lo diga,
que me está costando mucho continuar con el mensaje que dejaste,
que ha habido veces que he tenido que priorizarme por supervivencia
y que los estados actuales individuales y colectivos
no son los más deseables,
pero como ya he dicho, todo eso tú ya lo sabes.

Aún hablo contigo porque me calma el alma,
aunque sepa que ya no estás ahí,
porque durante un tiempo sí que lo estuviste,
cuando necesitábamos el trueque de recados,
cuando todavía no podías marcharte y dejarlo todo así como estaba.

Siento que en esa época nos aliviábamos el alma,
nos ayudábamos como si nadie más pudiese hacerlo,
nadie más pudiese comprenderlo.

Desconozco el porqué aún a día de hoy me siento tan increíblemente unida a ti de alguna forma que no sé cómo explicar
y aunque pueda pasar tiempo sin pensar en ti,
cuando vienes a mi mente
inundas todo mi ser de alguna vieja emoción como si aún hoy
pudiera sentirla por primera vez.

No he dejado de quererte ni un segundo desde que te marchaste
y tengo que dar gracias a la vida por haberte disfrutado
y a la muerte por haberme permitido saber
que no era el final de nuestra historia,
ni de lejos.

Mi mayor regalo sería que volvieras de alguna manera para poder volver a abrazarte,
pero si hoy ya no puedes,
solo me queda decirte que te quiero tanto que jamás podré llegar a explicarlo con las palabras justas,
porque nada puede reflejar este infinito amor por ti.

Desde el fondo de mi corazón
hasta lo más hondo de tu alma,
como siempre y para siempre,
abuelo.

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