
Ayer, casi de casualidad,
conocí a alguien con quien estuve hablando dos horas sin parar.
Nos contamos media vida,
venturas y desventuras de lo que nos dio tiempo
y qué necesario fue para ambos
conectar tan profundamente con alguien,
sin mayor pretensión que la de compartir un momento
de conversación intensa con un completo desconocido.
No nos habíamos visto antes
y no teníamos nada más en común que el pueblo en el que vivimos,
pero hubo una frase que me dijo al final que me marcó:
«si el mar se choca contra las rocas y puede continuar su camino,
¿por qué nosotros no podemos fluir de la misma manera?
Si el mar se empecinara en ir a por las rocas,
jamás existirían ni las olas ni las rocas
y, a pesar de ser diferentes,
ambas tienen derecho a existir.»
Qué reflexión tan sabia
y qué sorpresas nos depara la vida
en cualquier esquina que nos encontremos.