El abrazo

Hoy me apetece un abrazo,
de esos que das acostada con la persona que quieres
y que te hace sentir todo el calor que desprende
a la par que la seguridad que buscas
y que jamás supieron darte.

Hoy me apetece un abrazo,
de esos que dicen «te quiero» sin palabras,
pero que son el motivo por el que muchos queremos regresar a casa
después de un día de trabajo.

Hoy me apetece un abrazo,
de esos que nadie querrá darme,
de esos que jamás tendré si no lo pido.

El abrazo…
esa mágica expresión de afecto
que te hace sentir que todo tiene un sentido especial,
que el mundo pesa menos y es menos cruel,
aunque realmente nada haya cambiado sino el que lo da
y el que lo recibe.
Esa perfecta desdibujación de remite y remitente
que te permite sentir que los dos están dando lo mejor de sí mismos
sin querer y queriendo al mismo tiempo.
Esa profunda conexión que se siente
al tener piel con piel
y corazón a corazón
a la única persona que podría sentirte los pensamientos,
los latidos
y que podría hacerte daño,
pero que no lo hace porque muy probablemente
solo quiera estar ahí en ese momento exacto,
a pesar de poder elegir cualquiera en el mundo.
La simbiosis entre dos cuerpos que se extrañaban,
que se aman
y que se volverán a echar de menos
desde el mismo momento en el que se separen,
aunque eso jamás vaya a ser dicho con palabras.
El mágico baile del cuerpo entre inspiraciones,
apretones,
sonrisas y palabras entrelazadas
que forman la coreografía idónea
para que el cuerpo vuelva a recomponer todas sus piezas,
incluso las que llevaban tiempo desperdigadas por vete a saber dónde.

Qué necesarios son
y qué curioso que solamente nos valga
de la persona que queremos.

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