Nos empeñamos una y otra vez en buscar solución a los problemas, queremos saberlo todo, controlar todo lo que nos rodea por pequeño que sea. Salimos a todos lados planeando hasta el más mínimo detalle: con quién, qué haremos, dónde iremos, a qué hora, cómo iremos. También llegamos a controlar con quién o quiénes vamos para no encontrarnos con nadie conocido (o al revés, hacernos el encontradizo con esa persona). Nos hacemos preguntas como: ¿qué vamos a comer? ¿cuánto dinero llevo en la cartera? ¿tengo gasolina en el tanque? ¿qué me pongo?… y un sinfín de preguntas, algunas inimaginables. Mi única pregunta, la única que me surge al imaginarme tal situación es:

¿QUÉ CARAJO IMPORTA?

Es decir, nos preocupan un millón de cosas y se nos está olvidando algo esencial:
disfrutar.

No nos damos cuenta que todo en nuestra vida no puede girar en torno al «qué pasará», porque lo que tenga que suceder sucederá por mucho que lo impidamos. Tener dinero, un mapa, unas gafas y una navaja multiusos no nos va a resolver la vida, (a no ser que seas el último superviviente).

Tú que me lees ahora mismo sabes que muchas veces haces esto: planear hasta la saciedad, incluso más veces de las que querrías, incluso más veces de las que deberías. ¿Por qué permitimos que nos domine la obsesión? Es precioso dejarse llevar por el viento, que te subas al coche y  te digan: » ¿a dónde vamos?» y respondas con un: «no sé, me da igual», porque lo que verdaderamente importa es la compañía.

Nos olvidamos de lo esencial, de mirar a los ojos y trasmitir a través de las sonrisas, dejando de lado el teléfono móvil y a las personas que en él se encierran. Lo que importa es el aquí y el ahora, la persona que tienes en frente tuya y que jamás volverás a vivir el mismo día que estás pasando hoy.

Claro que también somos hipócritas jurando nuestro amor a través del teléfono a personas que no vemos, a personas a las que no abrazamos (o quizá nunca hayamos abrazado). No tenemos relaciones a distancia, tenemos relaciones antisociales por completo, desnaturalizadas y frías. ¡Santo cielo, ¿amamos?! ¿Te lo has preguntado alguna vez?

Es triste no vivir con intensidad
Es triste no disfrutar de un atardecer completo aspirando el olor de ese momento, ese lugar y esa compañía
Es triste no mirar a una persona a los ojos
Es triste como ya nadie aguanta a nadie
Es triste como ya nadie muere por amor…

(De hecho a mi me gustaba cuando en las películas alguien moría por amor, era… entretenido y revelador. Claro que eso solo son películas… ahora preferimos morir por no acostarnos con la otra persona… Dichoso siglo XXI y su nueva generación).

 

Hasta aquí por hoy. No te vayas sin comentar, ¡quiero saber lo que piensas!

Con la colaboración especial de Alberto Silva – fotógrafo y amigo.